Se dice que el Club Muerte ya existía antes de tener sus integrantes. Era, pues, sólo una cuestión de tiempo que el grupo se formara. Y era menos un asunto de ideologías y doctrinas que una jugada del destino.
Sólo era necesario estar en el lugar indicado en el momento indicado para uno saberse parte de una causa superior.
Así fue como uno se sentó en tal banco de tal plaza solitaria; éste se inscribió en una carrera de moda haciéndose acreedor del número 000632 en su legajo; otro podó aquel tallo seco de su helecho un día de marzo; y, quizá, alguno se sentó a darle de comer justo a ese pato.
Leí de la pluma de algún escritor reconocido que los designios de la providencia son inescrutables, y semejante sentencia despeja toda duda que pudiese quedar sobre la veracidad de este relato.
martes, 29 de julio de 2008
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